Baile, cuerpo y resistencia
En la mayoría de los imaginarios el Caribe se encuentra representado por el baile, los colores, la alegría. La música se convierte en el emblema de los países que se encuentran dentro de este espacio. El turismo se mueve para gozar de la siempre fiesta del caribe, donde los problemas se encuentran dentro de un mito, algo que no es posible.
Pero la realidad se encuentra alejada de las suposiciones hechas, la música, el baile, el carnaval se convierten en esos espacios donde sobreviven muchas costumbres olvidadas, la ruptura de lo cotidiano, esa capacidad de romper esquemas. Dentro de la visión del Carnaval dentro de la mirada católica es un periodo en el cual puede caer en el desborde, para después purificarse con la ceniza y renacer a lo cotidiano.
El Carnaval permite el cambio, por un tiempo desaparecen los problemas permitiendo entrar en una “realidad” temporal que se detiene, permitiendo intercambiar las posiciones y la interacción entre la gente.
La música imprime un ambiente de resistencia marcada por tambores, el cuerpo se convierte en la atracción olvidando los marcajes sociales que no le permite mostrarse, los colores denotan libertad.
El Carnaval se ha ido introduciendo en el mundo que se aleja del Caribe encapsulando la esencia, dejando que penetre en otros espacios, logrando que se reinterprete el alma caribeña, modificándola, pero intentando respetar la forma aunque no sus raíces de liberación que los caribeños han experimentado debido a las situaciones que han enfrentado. Para el Caribe el Carnaval no solo representa una festividad, sino, una forma de comprenderse dentro de la dominación del otro.