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Tronco Chuun che'

 

Beyhualé: pueblo característico de la región, cuyo vocablo, lleva implícito su significado: Puede-ser. Quizás, Tal-vez, Quién sabe. Así es,

 

La niña Virginia creció sin cariño del padre perdidizo y menos al calor de la madre fallecida, pero pronto descubrió el mundo que en derredor le levantaba papá. Se refería a Eliseo como si fuera un extraño: retenida la imagen que la oportunidad formó en su mente, al rechazar la coherencia día a día soportada en la estrechez de la finca. Realidad capaz de afectar desde lo más hondo las fibras de mi espítiru, al grado de mostrarme a veces como una persona fácil en desubicar. Seguí niña mucho tiempo después de convertirme en adolescente y luego mujer. Así consideró que nada cambiaría sin necesidad de una nueva explicación y la verdad se iría amoldando a la idea de su universo

 

A veces acompañaba a Eliseo al pueblo y compraba chucherías y más chucherías que según le aseguraba a Prisciliana, serían para entregarle a papá en momentos importantes, sólo que jamás se los di y nadie supo si don Eliseo lo sospechó. Quizás sí, porque Virginia evitó actuar a escondidas, mientras compraba las cosas empaquetadas, segura de que papá sería incapaz de preguntarme. Porque también a la hora de la compra, mi padre brilló por su ausencia, dedicado a sus “negocios” y Virginia consiguió esas baratijas con sus ahorros (para qué otra cosa servirían) y las metió en cajas, que Eliseo siempre menospreció.

 

Virginia llenó un ropero con los objetos nunca entregados a papá, pero útiles para recordar cada viaje.

 

“Aunque lo adquirido seguía en sus envolturas, la niña adivinó lo que había en cada paquete”. Juego solitario sin la capacidad de entretenerla tanto tiempo.

 

Asimismo se dijo que, cierto día y en uno de los arranques coléricos, muy característicos en Virginia y estando lejos don Eliseo, siendo ella mayor y roto el respeto al transitar de un extremo inaguantable a otro desprecio, apiló las cajas fuera de la casa y les prendió fuego. Formé una hoguera de bastante duración, percibida por su claridad en distancia

 

Esto nunca lo desmintió, le gustaba ponerse misteriosa cuando alguien se atrevía a sugerir que el resplandor alcanzó a Beyhuale ¿Otro incendio más en la finca el Pixoy? Cuándo aprenderá esta gente a vivir como los demás. Era inútil, los beyhualenses estaban acostumbrados que al ruido de una explosión o del rayo en el cielo, salieran de sus casas y miraran en dirección a El Pixoy.

 

Algunos juraban que el día en quemarse el mundo, la primera chispa saldría de ese lugar. Porque la puerta grande hacia el averno estaba en la hacienda y no en el pueblo, como otros aseveraban. “Bueno, tenemos beyhualenses indignos de elogio y menos de imitación”. Pero en el El Pixoy, ¡uay! Un resbalón y caesd en brazos de kisín,demonio. Qué le vamos a hacer, así están las cosas

 

Pris, apenas retornaba Virginia de visistar Beyhualé en compañía de Eliseo, le preguntaba sobre qué hablaron. ¿Conversar con papá? La niña se ponía seria más que preocupada. Si se le pidiera tal vez un imposible, se lanzaría a intentarlo con los ojos cerrados. Pero cambiar palabra o hablarle a papá…

 

“Mis ojos están llenos de polvo del camino, sol bravo, árboles secos, matorrales deshojados , brillos de espinos como como si fueran metálicos y cosas sin importancia del pueblo, y mis oídos mantienen la bulla del motor junto al parloteo de la gente que aumenta ante el silencio estacionado aquí”, como si El Pixoy fuera incapaz de producir sonido agradable y sí calma espectral, mezcla de miedos secretos, atmósfera imposibilitada en regenerarse o resistir el embate de los vientos, el calor o las lluvias, ineficientes para borrar de muros, puertas y arcos las imágenes borrosas que el tiempo estampó ahí.

 

Papá usaba el Ford para que lo vieran en Beyhualé: me subía con Prisciliana atrás (según fue creciendo la niña tuvo que exigirle a la nana su compañía) y adelante encaramaba a Nemesio y a Simón. Nemesio guiaba atenido a las indicaciones soltadas en cada oportunidad por don Eliseo, más serio que otros días.

 

“Papá iba junto a Simón, empolvándose del lado de la portezuela. No le gustaba guiar al principio y menos sentarse en medio de los criados, se sentía degradado y prefería tragar tierra, porque nos llenábamos de los cabellos a la punta de los zapatos del polvo blancuzco de nuestras lajas y según papá: talco extraído de los huesos molidos de las piedras que masticábamos con solo mover la quijada”.

 

Bestard Vázquez, Joaquín (2011). La Finca de los malos vientos. Green Gold, Gringo!. Mérida: Ediciones de la Universidad Autónoma de Yucatán. Pp. 32-34.

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