Cuento "Un país disfrazado"
Tres años después de que Winsome llegara a Inglaterra desde Jamaica empezó a tener un sueño recurrente. Tenía catorce años y el sueño era mas o menos el mismo. Soñaba que estaba en Inglaterra y que había sido sentenciada a muerte. Se sentía libre mientras estaba parada en la acera afuera de un tribunal en algún lugar de una población rural. Pequeños grupos de blancos estaban charlando como padres después de un festival de escuela. Siempre eran extremadamente amables con ella. En uno de los sueños, un hombre llamó a su lado en el coche, puso su cabeza por la ventana y dijo amablemente: "Entra, te daré un aventón. No está lejos de mi camino". Winsome sentía parches fríos y húmedos de sudor bajo los brazos de su vestido. "No, sólo voy a caminar hasta ahí. Gracias" Su miedo parecía inadecuado entre aquellas personas relajadas con encanto.
En su sueño Winsome iba siempre vestida como su abuela se vestía cuando iba a la iglesia en Clarendon, un sombrero de paja azul marino sujetado a su pelo elástico, zapatos de tacón bajo sin medias, un vestido azul pálido crimplene, guantes blancos, y sujetaba un bolso de plástico azul marino. La gente blanca de su alrededor estaba vestida informalmente con blusas sueltas, faldas y sandalias, que la hacían sentirse que estaba vestida de más. En una ola de cortés chi-chat que se llevó inexorablemente a su ejecución, sin poder protestar, incapaz de gritar, silenciada por la amabilidad informal de los que la rodeaban. El sueño tenía variaciones, pero que ella iba a morir nunca variaba.
Winsome despertó en el apartamento de Perckham. Los niños se habían arrastrado hasta la cama y se durmieron sobre su cuello y pecho sofocándola. No había señales de Junior. Podía escuchar el ruido de las bocinas que todavía silbaban en el cuarto de enfrente. Se lanzó afuera de la cama, se puso un abrigo y fue a echar un vistazo. Levi, un rasta larguirucho, amigo de Junior, estaba dormido en una silla. Ella fue a abrir las cortinas y accidentalmente pisó uno de los ceniceros llenos que estaban sobre la alfombra café. Levi se sacudió y se estiró:
“Dónde está Capri?” Preguntó Winsome.
“Ta ido ” Levi bostezó.
“¿Quieres un poco de plátano macho y pescado, Levi?”
“¿Qué tipo de pescado tienes?”
“Salado.”
“Ta bueno”. Luego se quitó su gorro y sacudió su cabello. Mientras tanto, buscaba su paquete de hierba en el suelo, Chantale, de dos años de edad, se contorneaba por la puerta y empezó a jalar sus cabellos para luego agarrar los Marlboro. Él la apartó gentilmente.
Winsome fue a bañarse y vestirse. Junior probablemente no regresaría ese día. Ella contemplaba en el espejo su panza de cinco meses que difícilmente se veía. Hurgaba el plátano macho en la cocina y veía el aceite tomar un color verdoso en la sartén. Levi se recostó sobre la pared atrás de ella:
“Winsome, ¿es el día que regresas a la corte?” él preguntó.
“Un día antes de que el bebé nazca, ¿puedes creerlo? No creo que me vayan a hacer algo. Sólo una multa”. El plátano salpicó en la sartén cuando lo volteó. “Probablemente sacaré a éste en el banquillo de la corte.”
“Tienes que verte en una de las cortes”. Le advirtió Levi. “Especialmente en las cortes más viejas. Tienen ciertos escritos mágicos en las paredes para hacer daño a los negros. Hechizos antiguos que nos hacen sentirnos confundidos cuando estamos en el banquillo.”
Winsome se chupó los dientes y pinchó el pescado. “Lo vi por mi mismo una vez. Escritos en las paredes que no puedes entender. Escritos babilónicos.” Con un tenedor tomó un pedazo de plátano de la sartén y se quemó los labios. “No voy a esperar el pescado, Winsome, ya me voy.”
Mas tarde, aquél día, después de que había firmado en la oficina de subsidio de desempleo, Winsome se paró en una sucursal de Mothercare apuntando a un pequeño par de zapatos blancos de piel para niño. Se aferró a los zapatos y se movió a través de una rejilla de batas de bebé con estampados de conejos verdes y amarillos. Tomó varios pares de mamelucos azules y blancos, luego removió hábilmente las etiquetas de cada uno y fue a la caja:
“Oh, disculpe. Compré esto hace un par de meses cuando estaba esperando un bebé que perdí, ¿me pregunto si me podría dar un rembolso?”
“¿Tiene el recibo?” preguntó la mujer.
“No, lo siento.” Winsome empezó a lagrimar. “Estaba tan perturbada cuando eso que no sé qué hice con ellas.”
La mujer detrás del contador empezó a apenarse. Ahí se sentó, en ese templo de maternidad, ese santuario dedicado a las glorias de la maternidad, cargado de abrigos y almohadas para bebes, botitas tejidas adornadas con pequeños colgantes móviles, edredones y toallas pequeñas todo-en-uno, rodeada por brillantes sonajeros de plástico, juguetes de peluche y pañales desechables. La contadora estaba encarada a esta mujer negra con un labio mal cicatrizado, llorando porque había tenido un aborto involuntario. Miró a Winsome de una manera simpática y fue a susurrar algo en el oído del supervisor. Regresó rápido, sumó la cantidad de las cosas que Winsome tenía, buscó en la caja registradora y le dio a Winsome la suma de treinta y ocho libras. Cuando Winsome salió por la puerta sintió las patadas del bebe. Tomó un autobús en la calle principal, se fue hacia otra sucursal de Mothercare y pagó por uno o dos artículos para el nuevo bebé. Después, camino hacia su casa, recogió unas hortalizas y calabazas del mercado y paró a comprar una cubeta de piezas de pollo y papas del Kentucky Fried Chicken como regalo para los niños.
“Y a mi cliente le gustarían otras nueve excepciones en contra de Mothercare para ser tomadas en consideración.”
Winsome estaba poniendo atención difícilmente. Sin embargo, el jurado le había permitido permanecer sentada a lo largo de la examinación transversal por el avanzado estado de su embarazo, el peso de su panza parecía que estaba haciendo que su espalda se rompiera.
Sus ojos vagaban sobre la tapicería verde de los bancos pálidos de madera. Desde el inicio del caso la corte se sentía como una oficina donde, por alguna razón, todo mundo tenía algunos negocios por hacer, excepto ella. Este era un país lleno de chismosos, una de las particularidades de Inglaterra. Nada era como parecía. Todo estaba camuflajeado, especialmente los edificios. Tribunales enmascarados como oficinas, apartamentos construidos para parecer estacionamientos de varios pisos, el Teatro Nacional pretendiendo ser una prisión, y las prisiones nuevas estaban disfrazadas como edificios de colegios modernos. La gente también. La gente ocultaba sus intenciones. Y la gente con poder no era la gente vestida extravagantemente, la gente con poder eran los desaliñados.
Winsome se preguntaba si Sonia les estaba dando el té a los niños. Esperaba haber estado en casa a esa hora. El juez, un señor mediocre con lentes, estaba garabateando como un clérigo. En el panel de la pared que estaba sobre su cabeza había una cresta esculpida, montada sobre un tablero en forma de escudo. Woven. Estaban escritos con letras chuscas. La primera palabra escrita era HONI. Intentar descifrar lo demás le dio un dolor de cabeza. Tuvo una sensación extraña, como si un pedazo de cuerda estuviera conectado de la parte de atrás de su cabeza a su ojo izquierdo, sacándola de onda. Luego, escuchó al juez decir: “Te condenó a doce meses de prisión”.
Todos empezaron a recoger sus papeles como si el día hubiera acabado y fuera hora de regresar a casa. Winsome despertó y se preparó para ir a casa también. Una mujer con un traje azul la tomaba del brazo y le decía en un tono amable: “ándale querida”
Sentada en la camioneta de la prisión, verde con sus ventanas de barros horizontales, Winsome todavía no podía captar qué había pasado. De alguna manera, ella sintió que la camioneta la dejaría en su casa o en el camino de cualquier lugar al que estuviera yendo, y así estaría a tiempo para darles el té a sus hijos. La camioneta abrió su camino a lo largo de la transitada calle principal del norte de Londres y se detuvo frente a unas puertas enormes con una pared alta de ladrillos rojos. Las puertas se abrieron y entraron. Ella y otras dos mujeres se bajaron. Se encontró en un patio de asfalto rodeado de más ladrillos rojos. En una de las paredes había una pequeña puerta. Otra inútil en uniforme azul estaba abriendo la puerta con una de las llaves de la cadena enrollada en su cintura. Le estaba haciendo señas a Winsome mientras le sonreía:
“Todo está bien, querida”, y seguía diciendo “de este lado, querida”.
Aturdida, Winsome la seguía, subieron algunas escaleras de piedra hacia unas puertas, la pintura alrededor de las cerraduras estaba marcada como si hubieran sido pateadas frecuentemente. La palabra “Recepción” estaba escrita en un letrero arriba. En el cuarto a donde la mandaron para desvestirse, se paró, tremendamente encinta, tratando de cerrar por encima de su amplia panza, la bata azul, de tela gruesa que le habían dado. Encima del linóleo gris, se le rompió la fuente. Se acostó en la cama del hospital. Todo a su alrededor parecía tan blanco; las sábanas blancas almidonadas en la cama; las enfermeras con sus uniformes blancos nuevos; las paredes con su pintura reluciente de blanco brillante. Winsome se sintió incómoda al estar consciente de su rostro negro sobre las almohadas blancas.
“Ahora estás dilatada siete centímetros. No tomará mucho tiempo.” Dijo la enfermera pelirroja. Winsome volteó la cabeza. La blancura le lastimó los ojos. El dolor era como uno menstrual grave, un dolor prolongado en la espalda. Después otros dolores empezaron, rodando sobre ella como una planadora.
De regreso a la sala Winsome se durmió. A su lado, en la cuna del hospital dormía Denzil. Doce horas después del nacimiento las autoridades de la prisión vendrían a recogerlos. Seis horas luego del parto, Winsome se despertó por los golpes que la señora de la limpieza hacía con su trapeador contra las patas de la cama. Ella levantó la mirada hacia la cara sonriente, negra, y con gafas de la señora:
Chava, tuvistes un chamaco por ahí. ¿Es un niño?
Apenas algo despierta, Winsome asintió con la cabeza.
¿Así tú lo ham’ llamas? La señora no quiso esperar a que Winsome respondiera. Ella se acercó a la cabecera de la cama y dijo con complicidad:
¡No más chamacos para mí! Ya termine con eso. Mi mes ya se gasta en poco tiempo, ya sabes. Y deja te digo, es peor cuando se gastan que cuando los tienes. Fue horrible. Horrible. Dolor. El dolor en mi panza todo el tiempo. Y la sangre – negra. Y llena de algo como harina de maíz, y golpes horribles.
Winsome puso los ojos en el reloj que estaba al final de la sala. Siete y cuarto de la mañana. En seis horas ellos vendrían a recogerla para llevarla a prisión. La señora tomó su trapeador y continuó hablando:
La mujer negra es fuerte, lo sabes. Mi ma’ me tuvo en la esquina de un cañaveral de azúcar y regresó a trabajar después de unas horas. Tengo sesenta y dos años. Y otra cosa, nuestra sangre es buena y roja. La de la mujer blanca es pálida y débil. La he visto con mis propios ojos en este hospital. Luego se alejó del pasillo con su trapeador y su cubeta.
Winsome miró por arriba de la cuna al bebe pálido y obscuro, con su cara hinchada y plana coronada con un frizz de luz negro. Era de piel clara ahora. Se le oscurecería después, pensó ella. Más que nada, ella quería llevárselo a casa, para que los dos se reunieran con Anita y Chantale. La sábana debajo de ella se sentía mojada. Haciendo a un lado las sábanas vio una mancha color escarlata esparcida. Tenía forma como de un árbol poinciana en el patio de su abuela. Se sentó y puso sus piernas sobre la orilla de la cama. Su cuerpo todavía se sentía grande, pesado y deforme, y las puntadas jalaban dentro de ella. Buscó por la bata en el armario de madera. Se lo puso. Nadie parecía darse cuenta de ella. Recogió a Denzil y lo envolvió cuidadosamente en la sábana de la cuna, manteniendo un ojo alerta sobre las enfermeras. Sentía a Denzil débil, delgado y completamente relajado. Winsome caminó cautelosamente con él hacia las puertas corredizas al final del pasillo y salió. El pasillo estaba vacío. Dudosa de cómo usar el elevador, Winsome empezó a bajar las escaleras tomando la baranda con su mano izquierda y Denzil metido en su brazo derecho. Una vuelta al elevador. Una vuelta más y ya estaba frente la puerta de salida. Unos pasos más y ya estaba afuera del hospital. Tres cuartos de hora después, Sonia miró hacia abajo desde su ventana cuando escuchó el motor de un taxi arribando. Advertida por una llamada telefónica, ya tenía el dinero preparado y bajo corriendo para pagarle al taxista. Winsome estaba bajándose torpemente del taxi con el trozo de un bebe en sus brazos.
Winsome descansaba en una silla mientras miraba la televisión y bebía una taza de té. Sus dos hijas la acariciaron y se montaron sobre ella y su nuevo hermano.
¿Qué vamos a hacer? Preguntó Sonia. Winsome encogió los hombros. Denzil bostezó y el ella automáticamente aflojó la sábana que lo envolvía, así él podría estirar sus piernas y patear un poco. Ella empezó a dormitar. Desde la ventana de la cocina Sonia vio una patrulla de la policía estacionándose. Su luz azul girando mientras dos policías corrían los cuatro tramos de escaleras hasta donde Winsome vivía. Era el piso arriba del de Sonia. Sonia escuchó el sonido de una puerta siendo forzada y luego el sonido de pasos deambulando sobre su cabeza. Ella observó cuando se fueron. Winsome dormía. Sonia intentó llamar por teléfono a Junior pero no respondió.
A la una de la tarde las dos mujeres miraban con fascinación cómo una foto de Winsome aparecía en el noticiero del medio día. Un conductor preocupado hizo el anuncio siguiente:
“El Ministerio Interior está preocupado por el bienestar de una mujer, prisionera de veinticinco años, que escapó de un hospital al norte de Londres hoy en la mañana después de dar a luz a un niño. El Ministerio Interior teme que la mujer podría estar sufriendo de una depresión post-parto, y del bebé se dice que tiene una hipotermia infantil. El Ministerio Interior quiere de regreso a la mujer y al niño para ponerlos en custodia tan pronto como sea posible, así ellos pueden estar adecuadamente cuidados y tener la atención que requieren.”
Winsome estaba sentada erguida:
“¿Qué fue lo que dijeron que tenía el bebé?” Le preguntó a Sonia. Descobijó al bebé y lo examinó cuidadosamente. Dormía contento. “No encuentro nada malo en él.” Las palabras sonaron amenazadoras, tal como aquellas otras palabrerías que Levi le había advertido de la corte.
“Eso es sólo una trampa para tenerte de regreso a la cárcel”, dijo Sonia con perspicacia. Winsome abrazó a su bebé mientras se las arreglaba para limpiarle la cara a Chantale con la punta de un pañuelo.
“Supongo que al final de todo tendré que regresar”, dijo reconociendo lo inevitable. Sonia fue la que empezó a llorar. Se sentó en el sillón de piel, secando las lágrimas de los bordes de los ojos:
“¿Sabes?”, dijo, “a veces lo que dice Levi es cierto”. “Ellos son malos, gente mala. Si tuvieras que regresar ahí, entonces deberíamos hacer un escandalo gigantesco. Deberías llamar a los de la televisión y hacerles ver lo que esta gente te ha hecho. Hazles ver tu lado de la historia.”. Emocionada, Sonia retrocedió y cambio su habla londinense a patois.
“¿Junior sabe del bebé?”, preguntó Winsome de repente.
“Junior todavía ni siquiera sabe que tienes una sentencia. Todo pasó tan rápido. Le llamé, pero no está ahí. ¿Qué piensas –debería llamarle a la gente de la televisión o quieres intentar permanecer así?
“No podré permanecer así tanto tiempo, no con el bebé, así que haz lo que te parezca. Sólo déjame permanecer aquí esta noche y me iré mañana.”
Winsome disfrutaba estar en un lugar colorido después de la corte árida, la cárcel gris y el hospital antiguo. Sonia tenía una alfombra estampada brillante color rojo y negro. Una brisa de mayo estaba alcanzando y tocando las cortinas y la televisión de color en la esquina de la habitación era un como un estallido de flores. El hijo pequeño de Sonia, Marlon, se acercó a mirar al nuevo bebé:
“Es un lindo bebe, ¿a poco no, Marlon?” dijo Winsome. Marlon asintió con la cabeza.
“Bueno”, dijo Sonia. “Iré a la tienda. No abras la puerta.” Durante la tarde, por momentos Winsome se asomaba por la ventana. La gente iba y venía por las calles, entrando y saliendo de los bancos, de las fruterías y de las farmacias. Todo parecía una parodia de la normalidad. La gente parecía extras de una película actuando para las cámaras el día a día de la vida. Sonia seguía comprando, furiosa, consumiéndose de rabia.
Winsome bañó por primera vez a Denzil y le puso aceite a su pequeño y obscuro cuerpo. Satisfecha de haber hecho estos ritos en un baño ordinario, colgó en la soga los pequeños shorts y camisas. A la hora del té automáticamente le dio de comer a las dos niñas y a Marlon.
“¿Sonia, puedes ocuparte de las niñas por mí?” preguntó cuando Sonia había regresado con sus bolsas de plástico. “No quiero que mi mamá ponga una mano encima de ellos. No los trata bien. Pero ella siempre te ayudará con dinero, al igual que Junior.”
“Claro que puedo ocuparme de ellas. Puedo cuidarlos y ham llevarlos a verte”. Y tan pronto como encuentre a Junior le diré que venga directito a ver al bebé y a ti. Escucha Winsome, no vas a regresar sólo así. Es asqueroso lo que te hacen. Déjame llamar a esos de la televisión y así les haces saber a todo mundo qué está pasando.”
“No tengo opinión al respecto. Haz lo que quieras.” dijo Winsome. “Llámales en la mañana. Voy a acostarme un rato.”
Con los niños corriendo y jugando, el equipo de televisión había instalado con dificultad las luces y cámaras en el pequeño cuarto de enfrente de Sonia. El reportero, que olía a crema para después del afeitado, le pidió a Winsome alejar un poco su silla de la ventana. Winsome se dio cuenta de cómo las brillantes luces artificiales permearon el cuarto de color y convirtieron todo rígido y pálido. Winsome todavía tenía dolor de cabeza. Movió su silla, agarrando a Denzil en una mano. La asistente de producción manejaba con torpeza su portapapeles e intentaba prevenir a Anita y Marlon de empezar a jugar “la cuerda” con un cable de electricidad.
“Ahora bien.” El reportero estaba apenado de estar cara a cara ante la silenciosa mujer negra con una cicatriz en su labio. “Pensaba preguntarle una o dos cosas, y tal vez preguntarle a su amiga qué es lo que piensa, y luego, si usted se va a rendir de todos modos, podríamos darle un aventón a de regreso a la prisión y hacer la toma final con usted entrando a la cárcel con el bebé, a manera como final de la historia. Si eso está bien con usted ¡claro! No quiero presionarla. ¿Le parece eso entonces?”.
Winsome asintió con la cabeza. Sonia se sentó ansiosamente en la orilla del brazo de un sillón mientras fumaba un cigarrillo. La cámara empezó a grabar tomando imágenes de Winsome sentada en la silla baja con Denzil en sus brazos y Chantale chupándose el pulgar y aferrándose a la falda de su madre. En voz baja y tono simpático el reportero preguntó:
“¿Por qué escapaste del hospital?”
Las luces eran blancas y rojas. Winsome sentía un par de fríos parches mojados debajo de sus brazos. No sabía lo que se necesitaba responder: “No sé”, respondió un tanto inaudible. Su mano consolaba a Chantale pegada a la falda. La cámara se balanceó de la cara inexpresiva de Winsome a Sonia. Sonia se veía radiante y desafiante. Se había vestido especialmente para la entrevista, con su blusa nueva y roja de nylon y su cadena de oro:
“Creo que es terrible que un juez tuviera que enviar a alguien a prisión por un año, exactamente cuando ella esperando un bebé. Es una cosa malvada.” Sonia se escuchaba fría y clara. Winsome sólo quería parar todo ya.
“Gracias, eso está bien”, dijo el reportero. Vamos a empacar y bajar todas las cosas en la prisión y hacer la última toma, si eso está bien para ti Winsome.
Winsome se levantó con torpeza de la silla y empezó a recolectar algunas cosas para ella y el bebé. Sonia esperaba con los niños atrás de ella.
“Dios, me siento terrible,” dijo la asistente de producción con una risita tonta detrás de su portapapeles. “Me siento como si hubiera capturado a un esclavo prófugo o algo así.”
Las cámaras se enfocaron en Winsome mientras caminaba con el bebé hacia la entrada principal del moderno edificio de la cárcel. Entró por la puerta donde estaba un hombre sentado detrás de un vidrio a prueba de balas operando las puertas corredizas electrónicas. Él sonrió: “Hola querida. De regreso a nosotros, ¿eh? Voy a llamar a la unidad de madre y bebé para hablar a alguien para que venga por ustedes.” Winsome se sentó en silencio en el banco adentro de la entrada. Dos minutos después apareció la guardia vestida con un uniforme azul para recogerla. Tenía un permanente rubio, feo y cara de una niña retrasada de primaria. Habló con un acento norteño:
Hola Winifred. Estamos contentos de verte sana y salva de regreso. Fuiste una niña traviesa al escaparte así. Todos estábamos preocupados hasta morir. Déjame echarle un vistazo al bebé. Ahh! ¿No es maravilloso?
El reporte de la noticia apareció en el noticiero de la tarde-noche. Más tarde, en el noticiero nocturno, ya había sido remplazado por noticias de historias más grandes e importantes.
Esa noche, Winsome durmió exhausta, con Denzil a su lado, en una celda tan triste como un baño público el cual alguien ha hecho un débil intento por decorar con una o dos pinturas.
El sueño regresó, pero esta vez un poco diferente. Soñaba que estaba en un país desconocido. La ejecución debió haber ocurrido porque ya estaba muerta y la cargaban en una procesión funeral. Pero no estaba en un ataúd. Las manos de unos desconocidos estaban cargando su cuerpo. El terreno estaba lleno de piedras y el camino era estrecho, El camino era estrecho, y deambulaba por el paisaje yermo y montañoso.. Los cargadores se movían cuidadosamente para evitar las masas de césped. Todo lo que ella podía ver adelante era el camino largo, vacío y serpenteante. Sobre su pecho había algunas flores brillantes. Le parecían familiares. Intentó recordar sus nombres, pero los nombres no vendrían.